Tratando de recordar el sufrimiento por el que paso nuestro Señor Jesucristo durante el Viacrucis y recordando el Viacrucis por el que pasa actualmente el Pueblo de México, pobreza, inseguridad, hambre, asesinatos, secuestros, desastres, falta de oportunidades, desempleo y enfermedades que aquejan a nuestro pueblo.
"¡ Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz!
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).
"Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre,
y que lo que el Padre me manda, yo lo hago" (Jn 14, 31).
Vano arrepentimiento de su gesto,
de rechazo al sueldo de la traición (Mt 27, 4),
cediendo a la desesperación.
Señor caes, para redimirme. Para ayudarme a levantarme en mis caídas diarias.
¡Ayúdame a levantarme siempre y a seguir mi camino hacia Ti!
"No he venido para condenar, si no para salvar" (Jn 12, 47).
Pero Hay algo, Señor, que es misión mía y de todos:
la de ser Cirineo de los demás, la de ayudar a todos.
"Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos" (Is 50, 6).
Es característico de los pobres no poder elegir nada,
ni el peso de sus propios sufrimientos.
Pero es característico de los pobres ayudar a otros pobres,
y allí hay uno más pobre que Simón:
Vendrá el día en el cual el pobre más pobre le dirá al compañero:
"Ven, bendito de mi Padre, entra en mi alegría:
estaba aplastado por abajo el peso de la cruz y tu me has levantado".
El las une a su sufrimiento,
una nueva luz ilumina su dolor.
La voz de Jesús habla de juicio,
pero llama a la conversión;
anuncia dolores,
pero como dolores de parturienta.
Dame, Señor, imitarte en esta tercera caída y haz que mi desfallecimiento
sea beneficioso para otros, por que te lo doy
a Ti para ellos.
Que yo sepa ofrecerte el recuerdo de las separaciones
que me desgarraron, uniéndome a tu pasión
y esforzándome en consolar a los que sufren,
huyendo de mi propio egoísmo.
Señor, que yo disminuya mis limitaciones con mi esfuerzo y así pueda
ayudar a mis hermanos. Y que cuando mi esfuerzo no consiga disminuirlas,
me esfuerce en ofrecértelas también por ellos.
Una colina fuera de la ciudad, un abismo de dolor y humillación.
Levantado entre cielo y tierra está un hombre:
Clavado en la cruz,
suplicio reservado a los malditos de Dios y de los hombres.
junto a él otros condenados
que no son dignos ya del nombre de hombre.
Sin embargo Jesús,
que siente que su espíritu lo abandona,
no abandona a los otros hombres,
extiende los brazos para acoger a todos,
al que nadie quiere ya acoger.
Desfigurado por el dolor, marcado por los ultrajes,
el rostro de aquel hombre le habla al hombre de otra justicia.
Derrotado, burlado, denigrado,
aquel condenado devuelve la dignidad a todo hombre:
a tanto dolor puede llevar el amor,
de tanto amor viene el rescate de todo dolor.
"Verdaderamente aquel hombre era justo" (Lc 23, 47b).
Déjame estar a tu lado, Madre, especialmente en estos
momentos de tu dolor incomparable.
Ahora en Jesús, cada muerte puede, desde aquel momento, desembocar en la
vida.
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